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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Sobredosis de narcisismo

Un mal que afecta no sólo a la política, sino a la sociedad entera

Sobredosis de narcisismo .

Si se pudiera contabilizar, seguro que sería la palabra más utilizada en los últimos tiempos. Mira que es un término antiguo, pues yo elegiría la palabra del siglo XXI por delante de internet, desinformación o, incluso, polarización. No se nos cae de la boca. La usamos tanto y tan alegremente que acabará por no significar nada.

Vemos la serie sobre el asesinato por parte de sus padres de la niña Asunta y resulta que su madre, Rosario Porto, tiene una personalidad narcisista. Oímos en los programas deportivos sobre el carácter un tanto airado de Vinicius y resulta que se debe a su condición de narcisista. Y si ya nos detenemos en las tertulias políticas, parecen consultorios psiquiátricos, es mentar a Sánchez y alguien salta con que es un narcisista del libro.

Es sabido que, según la mitología griega, el joven y bello Narciso se enamoró de su propia imagen al verse reflejado en un estanque. Se quedó tan ensimismado que fue incapaz de separar la mirada. Hasta el punto de que intentó besarse y, al no poder, se arrojó a las aguas con la intención de fundirse con su propia efigie. Menos sabido es que el narcisismo es, en realidad, un castigo. De hecho, Narciso acabó como acabó a consecuencia de un castigo de la diosa Némesis por su engreimiento, su soberbia y su endiosamiento.

El narcisista, se nos olvida con frecuencia, sufre. Otra cosa es si se lo tiene merecido o no. El narcisismo es un defecto de la personalidad desde que el mundo es mundo –de hecho ya está en la mitología–, y la historia está llena de narcisistas. Por supuesto, Napoleón se lleva la palma, seguido de Enrique VIII, Stalin, Mussolini y Hitler. Todos los malos malísimos. Entre los contemporáneos, los expertos señalan a Trump, Zuckerberg, o a Kim Kardashian. Y entre los españoles, parece ser que –aparte del presidente del Gobierno– los más notables son Carles Puigdemont, Gerard Piqué o el actor Mario Casas.

El narcisismo no fue incluido como enfermedad en el listado de la Asociación Americana de Psiquiatría hasta una fecha tan reciente como el año 1995. Hasta entonces se consideraba un defecto, más o menos molesto, cuyos síntomas más frecuentes eran la grandilocuencia, el egocentrismo, la extrema sensibilidad ante las críticas, o la incapacidad de empatizar.

Hay quien incluso lo justifica, argumentando que en esta sociedad individualista, competitiva, inmisericorde con los perdedores no queda otra que engordar el ego para no acabar siendo devorado. Sería el narcisismo, pues, un mecanismo de defensa. De ahí que digamos que el narcisista, además de ser inmisericorde con los demás, sufre, porque nunca alcanza el grado de satisfacción, de complacencia, de admiración que necesita.

En esta sociedad donde predominan las Personas Altamente Sensibles, nuevo síndrome bautizado así por la coach Karina Zegers de Beijl, que padecería un 20 por ciento de los ciudadanos, somos muy dados a convertirlo todo en enfermedad. O al victimismo, si prefieren. Según un artículo publicado por el periodista Pelayo de las Heras en «Ethic», muchos psicólogos ya han levantado la voz contra esa necesidad imperiosa que tenemos de diagnosticar absolutamente todo, llevando a convertir la menor molestia en patología, En palabras del catedrático de Psicología en la Universitat Autònoma de Barcelona Jordi Fernández Castro: «Ser ‘víctima de tus cualidades es muy cool’».

En política, el narcisismo tiene graves consecuencias. Dado que uno de sus síntomas es la falta de empatía, provoca una incapacidad para escuchar al contrario y, por tanto, para el diálogo. Si a esa incapacidad sumamos que el narcisista no admite la crítica, tendremos el perfecto escenario para el choque. Podemos llamarlo polarización.

Las prácticas narcisistas van como anillo al dedo a las políticas autoritarias y populistas, si es que no son lo mismo. La necesidad de una continua ratificación del caudillo, la demonización de un enemigo único culpable de todos nuestros males, la victimización del líder amenazado por fuerzas oscuras, cargar sobre el adversario los propios errores, convertir cualquier nimiedad en una amenaza grave, la repetición de consignas simples hasta convertirlas en verdades inapelables, el convencimiento de que su pensamiento es el de la mayoría…

Lo malo del narcisista es que se rodea de quienes le jalean, le engordan su ego, le ratifican en su carácter imprescindible. Son como el estanque del que Narciso no puede apartar la vista. Y ya no puede ver nada más.

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