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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

El desconcertado reloj de España

Cincuenta años cambiando la hora: la madrugada del domingo volveremos a adoptar el horario de verano

El desconcertado reloj de España Pablo García

Si usted es de los que año tras año, cada primavera y cada otoño, se sigue haciendo un lío con el cambio de hora, imagínese cómo sería la primera vez que nos tocó cambiarla. Se cumplen estos días los cincuenta años desde que se estableció, por última vez, la medida en España. Entonces, el ajuste no se producía el último fin de semana de marzo, sino el primero de abril. Así que la fecha exacta fue el 5 de abril de 1974, aún en vida del dictador.

Recuerdo perfectamente cómo vivimos en El Entrego el acontecimiento, entre un estado de confusión y la emoción de asistir a un acontecimiento histórico: la magia de ser testigo de que algo inamovible, como era el tiempo, se podía modificar al antojo del ser humano. Todo eran incertidumbres. ¿A qué hora hay que cambiar el reloj? ¿Hay que adelantarlo o retrasarlo? ¿Qué pasará con los trenes que están circulando (entonces aún había trenes nocturnos)? ¿Se pararán una hora? ¿Será sano que nos quiten una hora de vida? ¿Es seguro que nos la devolverán en octubre? ¿Amanecerá antes? ¿Se pondrá el sol más tarde? Todo era nuevo.

Daban ganas de quedarse en vela esa noche para ser testigo de la primera noche con una hora menos, igual que hacíamos con los combates de Urtain o los partidos de Santana en lugares remotos. ¿Cómo harían en la radio? ¿Acortarían los programas? En la tele no había problema, porque acababa antes de la alteración horaria.

La medida era la consecuencia de la crisis del petróleo desatada el año anterior. Había que ahorrar energía a toda costa, como ahora por la guerra de Ucrania. Había que apretarse el cinturón, como les gustaba decir a los políticos de entonces. En España todavía íbamos por libre, con bastante retraso con respecto del resto del mundo civilizado. Aún no éramos un país desarrollado, sino un país en vías de desarrollo. Además, íbamos a ser los pioneros en tomar la medida. Los conejillos de Indias. Nuestros vecinos no adoptaron la norma hasta 1976 –Francia– y 1977 –Portugal–. ¿Se estaría precipitando el Régimen?

Los periódicos, la radio, la televisión ofrecían extensos tutoriales de cómo hacer la operación, de cómo mover las manecillas, porque no había relojes digitales –estaban a punto de popularizarse los japoneses Orient– ni mucho menos dispositivos –como los móviles o los ordenadores– que cambiaran automáticamente la hora. Más de uno, el lunes llegó tarde a clase o a trabajar con la excusa de que se le había olvidado cambiar la hora en el despertador.

Al día siguiente, los medios ofrecieron titulares sorprendentes. Tipo, un avión de Madrid a Barcelona aterriza a la misma hora que ha despegado. El partido más largo de la historia: duró más de tres horas (un partido del entonces Español, si no me falla la memoria). Creo recordar que entonces, aún novatos, no se esperaba a las dos a cambiar la hora, sino que a las 12 era la una. Eso sí, nos pasábamos la noche y la mañana siguiente preguntándonos ¿hora antigua o moderna?

Pues si nosotros, cincuenta años después, en un mundo digital e interconectado, nos seguimos haciendo un lío con el cambio de hora, imagínense en abril de 1918 cuando se instituyó el horario de verano, siguiendo los pasos de la mayoría de los países europeos.

Mariano de Cavia lo contó en el artículo «Las horas tienen alas…» («El Sol»), con unas palabras que bien podrían servirnos para esta conmemoración. «La hora del buen gobierno, la hora de la dignidad nacional, la hora de la justicia, son las horas que hay que adelantar en el desconcertado reloj de España».

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