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El calvario del gijonés que denuncia el secuestro de sus dos hijos por su madre: "Tengo miedo a no verlos más"

José Ramón García, que salió del país con ayuda del consulado, lleva sin saber de los pequeños desde el 9 de abril

José Ramón García, ayer, en la plaza de Les Heroínes. Ángel González

José Ramón García Fernández ha perdido casi quince kilos en menos de tres semanas "consumido por el dolor y la pena". Este gijonés de 42 años, residente en el barrio de Pumarín, ha denunciado a su mujer por el supuesto secuestro de los dos hijos menores que tienen en común. El hombre no sabe nada de los pequeños desde el pasado día 9 de abril, cuando Mariel e Ian, de siete y tres años respectivamente, le fueron "arrebatados" mientras pasaban una temporada en la finca de la familia de su esposa, en un barrio de las afueras de Tijuana, en México. José Ramón García, que llegó el pasado lunes a Gijón después de haber pasado "un auténtico infierno", asegura que su mujer lo planeó todo con la ayuda de sus familiares y afirma que sufrió graves amenazas que lo llevaron a regresar a España sin sus hijos. "Si no llega a ser por la ayuda del consulado igual hubiese acabado muerto", sostiene.

El caso ya está en manos del Juzgado de Instrucción número 3 de Gijón, que es el que estaba de guardia el día que José Ramón García regresó de México. "En este tipo de situaciones es muy importante actuar con la máxima celeridad posible, sobre todo por el bien de los niños y también por el de mi cliente, que lógicamente está desesperado", explica Guillermo Calvo, el abogado que representa al padre de los pequeños. "Haré lo que sea por recuperar a mis hijos, llegaré hasta donde haga falta, porque me moriría si los pierdo", asegura el hombre con la voz entrecortada.

José Ramón García conoció a su mujer por internet, ambos participaban en grupos católicos de las redes sociales. Eso fue en el año 2014. Durante la Semana Santa del 2015, el gijonés se fue a Tijuana para verla en persona y una vez allí se casaron. Después volvieron a Gijón. "Al principio las cosas iban bien, había discusiones, pero como las tiene cualquier pareja", relata el gijonés. "Últimamente las cosas habían ido a peor. Ella se enfadaba por todo, a veces se iba de casa y pasaba largas temporadas sin hablarme", añade el hombre. La odisea comenzó con el fallecimiento de la madre de su esposa. "Eso le afectó mucho, incluso llegó a culparme a mí de lo que había ocurrido", dice. "Un día me llamó su hermana y me dijo que fuésemos todos juntos a México a pasar una temporada, insistió mucho en que nos llevásemos a los niños, pero yo en aquel momento no sospeché nada", añade. Así lo hicieron. José Ramón García es guardia civil, pero está en excedencia, así que no tenía problema para instalarse en Tijuana por un tiempo. "Dimos de baja a la niña en el colegio con la intención de escolarizarla allí y nos fuimos".

Llegaron a México el pasado día 2 de marzo. "Nos instalamos en una casa pequeña dentro de la finca de la familia de mi mujer. Mientras estábamos allí mi mujer no se ocupaba de los niños, siempre estaba fuera y mis hijos no tenían ni para desayunar así que llegó un momento exploté y le dije que si aquello seguí así nos íbamos para España, pero todos juntos", relata el gijonés. Aquello hizo que su mujer "montase en cólera" y el matrimonio volvió a discutir airadamente. Fue el 7 de abril, un domingo. "Después de un rato creí que las cosas se habían calmado. De hecho, me estaba preparando para salir con los niños a jugar", dice. Entonces escuchó la voz de un hombre: "Ya estamos aquí", asegura que oyó. "Al asomarme vi a cuatro o cinco hombres a la puerta de la casa que no conocía. Ella me dijo que eran tíos suyos y que habían venido a ver a los niños, así que les dije que salía en un minuto", explica. Cuando lo hizo ya era tarde. "Allí no había nadie. Se fueron con la ropa de los niños y se llevaron toda mi documentación, incluido el pasaporte".

Pasaron las horas, el hombre preguntó a los familiares de su esposa, pero ninguno le dirigía la palabra. "Me bloqueó en el teléfono y en las redes sociales, a mí y a toda mi familia. Esperé hasta dos días por si volvían, indefenso, sólo y muerto de miedo, pero al final fui a denunciar a la policía de Tijuana". Dice José Ramón García que ni siquiera le recogieron la denuncia, que le pedían que fuese con un familiar de su mujer para que corroborase la historia. "Aquello era imposible, todos estaban en mi contra. Ni siquiera me daban comida ni me hablaban, así que opté por acudir al consulado", explica. "Me ayudaron muchísimo. Si no llega a ser por ellos no sé qué hubiese sido de mí. Tijuana no es como Gijón, es una ciudad gigante y peligrosa. Desde el consulado me llevaron a poner la denuncia al juzgado de Tijuana y cinco días después a ampliarla ante lo que ellos llaman una abogada del Estado", afirma.

Al día siguiente de poner la denuncia en el juzgado llegó su mujer a la finca familiar, donde José Ramón García todavía seguía instalado. "Le pregunté inmediatamente por los niños y me dijo que estaban en casa de su padre, que está al lado de donde nos alojábamos. Fui corriendo a verlos y cuando llegué me dijeron que estaban en la habitación del fondo. Estaban a oscuras. Mi hijo de tres años se abrazó a mí inmediatamente, pero a mi hija la noté muy extraña. Estaba como ida, no pestañeaba", relata. "Salí de la habitación con el pequeño en brazos y cuando iba a salir a la calle se pusieron en medio los hermanos de mi mujer. Me dijeron que si daba un paso más me mataban a palos. Yo me puse muy nervioso, pero no pude hacer nada. En el consulado me habían avisado de que, si cometía un error, si hacía las cosas por la fuerza, podía perder a los niños para siempre, así que tuve que irme desesperado".

A partir de ese momento no vio más a sus hijos. "Vino a buscarme personal del consulado armado porque me dijeron que incluso temían por mi vida", señala. Durante el tiempo que permaneció en México después del último encontronazo con la familia de su mujer, alrededor de dos semanas más, José Ramón García estuvo viviendo en casa de un guardia civil retirado con el que se puso en contacto a través del consulado. "También le estoy muy agradecido porque me permitió seguir luchando allí por encontrar a mis hijos, pero desde el consulado me recomendaron que volviese porque allí corría peligro", insiste. Ahora sigue en una situación desesperada y sin saber nada de Mariel e Ian. "Necesito ayuda, tengo miedo a no verlos más", dice.

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